8 horas desde el mar de Iquique hasta las alturas del altiplano; en un rato mas me atacará el Sorojchi, la puna o mal de las alturas. La huelga de la aduana chilena suspendió el bus que queria tomar; llegué cerca de medianoche y no pude seguir inmediatamente a Sucre donde pensaba aclimatarme. Sucre esta a 2700 metros solamente, un clima templado y agradable, en fin, una manera suave de empezar este viaje.

Al contrario del plan debo buscar un hospedaje en las cercanías del terminal de buses donde aclimatarme a la dura, con un terrible dolor de cabeza y todo tipo de síntomas desagradables, esto agregado a distintas penurias arrastradas desde Chile convierten en pesadilla lo que debería haber sido una tranquila entrada en materia…

Nunca estas cosas son fáciles, me digo mientras la cabeza parece estallar… y así pasan las horas… la única técnica que me convence respecto a el sorojchi es la de los bolivianos que dicen que hay que quedarse quieto y esperar que pase, ellos lo dicen de una manera divertida: “Comer poquito, tomar poquito y dormir solito”.



Despierto al día siguiente, me arrastro a un puesto cercano, compro unas botellas de agua y vuelvo a mi camastro. Pasan las horas y poco a poco se va pasando el dolor o uno se va acostumbrando.

Salgo penosamente y voy a un gran restaurante frente al terminal de buses, esta vació. Pido de comer; un rato después me piden que me cambie de lugar, la enorme sala se llena repentinamente. Me encuentro rodeado de delegados de alguna reunión. Mientras como comienzan los discursos. No preste atención a lo que se hablaba, pero miraba a los contertulios, eran jóvenes y parecían venir de las cercanías de Oruro, tal vez de Huanuni, de Llallagua o Caracollo.

Pensaba en lo difícil que es hablar de Bolivia sin pasar por los lugares comunes, por la suficiencia de los expertos, siempre algo perdidos, o el entusiasmo puro y simple. La mayoría de las personas que me rodeaban, que estaban en lo suyo, participando de algo, eran niños cuando comenzó este ciclo de la historia boliviana y americana. No tenían mas de 10 años para la guerra del Agua, eran aun mas niños cuando se formo el MAS.

Pienso en en esos días terribles del 2003, en cómo, con el aire tenue de los Andes saliendo y entrando de los pulmones, vimos la historia ante nuestros ojos. Nada es facil, nada es explicable en dos o tres frases… hay una inevitable pasada por el cuerpo, como si Bolivia nos obligara a atravesar por la realidad oscura y dolorosa, como diciéndote que mientras no duermas “en las camas duras de tus hermanos” no tienes nada que decir, nada válido que trasmitir, como si todo no fuera, en el fondo, mas que una interminable prueba que aceptas o no, como si quien no es capaz de vivirlo desde lo mas profundo no debiera hablar.

Hace muchos años quise probarlo, llevaba muchas semanas en Buenos Aires, leyendo por horas en cafés tranquilos, paseando sin prisa, dejandome llevar por tardes eternas en barrios que me gustaban… y entonces se me ocurrió subir “Hasta los mas alto” y durante días y días me fui acercando a lo que pensaba que podría entregarme respuestas, revelarme lo que necesitaba entonces, creyendo que podria encontrar en mi las escaramuzas necesarias para poder conciliar ese presente abstracto con todo lo que estaba en el fondo de las retinas, en todo lo que habíamos vivido y lo que se nos venia encima necesariamente.

Así me encontré en un bus que ronroneaba subiendo y subiendo por entre montañas azulozas al Norte de Humahuaca, cada vez mas alto y cada vez mas lejos.


Al día siguiente una tempestad eléctrica se dejó caer durante horas y horas sobre un villorrio boliviano… durante días y días esperé en vano que todo volviera a ser como yo esperaba que las cosas fueran o parecieran.

En el bus que me llevaba de vuelta a Buenos Aires yo filmaba los arboles y había puesto un filtro amarillo al lente, y ese precipitarse hacia el Sur era de alguna manera ir hacia el aire espeso que necesitaba tan urgentemente para poder restablecer algo que se me escapaba desde hacia tanto tiempo.

Por todo esto yo no encuentro Bolivia facilmente, por eso tengo que ganarme ese derecho a hablar y sobre todo a callar, desde la sencillez y la dureza de los que estaban aquí hace tantos miles de años, y que no necesitan de nosotros para nada.



Finalmente partí hacia Sucre en un bus nocturno. Al llegar me fui al barrio del Mercado y tome una pieza austera pero bonita en un hostal barato.