Llevaba viviendo 23 años fuera de Chile cuando aterricé en Santiago en un mes de Octubre, hace unos 10 años. En todo ese tiempo nunca vine al país.

Había tomado la decisión de regresar mucho antes.
Estaba haciendo una serie documental sobre Bolivia y pensé que viviendo en Sudamérica sería más fácil; además no quería seguir en Europa.

Lo que definió muchas cosas en mi vida comenzó al llegar —a comienzos de los años 2000— a Santa Cruz de la Sierra. Recorrí el país y decidí empezar un documental que quería continuar hasta que culminara el ciclo de luchas que estaba empezando.

Me tomo un par de años preparar mi regreso. Le escribí a José Luis contándole. Le pareció muy bien, agregando que íbamos a filmar, que ya tenía algo preparado. Nos habíamos encontrado varias veces en esos años. En París y en Buenos Aires. Nunca habíamos dejado de escribirnos.



Nos conocimos en los 70 en el Instituto de Estética de la UC. Él hacía clases de Estética del Cine y un “Taller de imagen Proyectada”. Yo era alumno.Así nació una amistad que hasta ahora ha sido en buena parte hacer cosas juntos; un hacer que pasa por pensar y conversar, por compartir aventuras intelectuales y las otras. Algún día habrá que hablar de esas cosas.



El primer proyecto partió con un viaje a la Araucanía. No sabíamos muy bien lo que íbamos a hacer y no se habló demasiado al respecto.

Sí hablamos mucho sobre el país, sobre el mundo, sobre el cine, la cultura; sobre lo que sucedía y sobre lo que vale la pena rescatar en esta especie de catástrofe en cámara lenta que inexorablemente transforma el mundo inmediato.

Recorrimos muchos lugares, “volando en círculos” desde la costa hasta Lonquimay, al otro lado de la cordillera. Finalmente nos quedamos en las cercanías de Cunco y empezamos a filmar. José Luis quería hacer algo sobre las escuelas rurales unidocentes. Fuimos a las 7 escuelas que quedaban cerca, hablamos con las y los profesores, con los niños.

Fue una experiencia conmovedora.

Éramos tres: nosotros y “el pelao”, un joven amigo de la familia de José Luis que manejaba el jeep y el sonido. La técnica era muy simple. Estaba acostumbrado a filmar con equipos pequeños, casi siempre solo o acompañado por un sonidista, dándome el tiempo de entender las cosas, de pensarlas y sentirlas antes de empezar a filmar nada. No teníamos que hacer ningún alboroto; cada cual sabía lo que tenía que hacer. José Luis llevaba un diálogo que más que entrevistas era escuchar lo que nuestros personajes quisieran decir o callar. Sabíamos que en el montaje no aparecerían ni las preguntas ni nosotros y que no alteraríamos nada con nuestra presencia.

EL resultado es un medio metraje titulado “La buena educación” .

Volví a Europa a liquidar mis asuntos y regresé medio año después. Arrendé un pequeño departamento en el barrio cívico de Santiago y comencé infructuosos esfuerzos para difundir mi película sobre Bolivia. Algunos amigos ayudaron, pero al final no pasó nada. Abandoné. Un tiempo después volví a Bolivia para continuar filmando. Todavía estoy en el montaje de esa segunda parte que terminaré mas que nada por razones personales.

Entre medio continuamos filmando con José Luis; algunas cosas terminaron en montajes, otras no. Anduvimos por el Alto Cantillana en un inolvidable periplo, conocimos los campos cercanos a la Villa Alhué, nos interesamos en la vida campesina.





Nuestro segundo proyecto fue “El poeta y su Virtud”, un cortometraje documental de 24 minutos sobre Fidel Sepúlveda, amigo de toda la vida de José Luis. Fuimos a Cobquecura, las tierras de Fidel y usamos una filmación que habíamos hecho antes, en casa del poeta, con motivo de una vigilia de San Juan. Agregamos una filmación que había realizado José Luis donde se registraba una conversación con Gastón Soublette. Se estrenó en el Aula Magna de la Universidad con motivo del primer aniversario de la muerte de Fidel. Volvimos a jurarnos que teníamos que hacer la película con Gastón, quien no dejaba de recordarme cada vez que me veía que teníamos que ir a “hacer algo en Valparaiso.”

Así llegamos al invierno del 2014 cuando empezamos “El Chincol y la Bandada” que se estrenará el 29 de agosto del 2017 en la Sala de Cine de la Cinemateca Chilena en el Centro Cultural La Moneda. La película trata sobre la mítica figura de Luis Ortúzar, el “Chincolito de Rauco” uno de los mas importantes cultores del “Canto a lo poeta” en Chile.

Es una película larga, de una hora 40. El montaje se desarrolló durante varios meses del año 2016; la post-producción –durante el 2017– fue larga, pero los resultados son muy buenos. La técnica siguió siendo especial. El montaje fue resultado de un trabajo conjunto que consistía en avanzar por capas y etapas. Se hicieron muchos montajes parciales, intermediarios, que se revisaron y se discutieron, así avanzamos hasta llegar al primer master de montaje a fines del 2016.

Esta vez el equipo era mas amplio y los plazos mayores. Soledad esta a cargo de la producción ejecutiva, asegurando la vinculación con los protagonistas, especialmente “El Chincolito”, además de distintas gestiones y contactos. Felipe y Leyle aseguran una inestimable ayuda, desde la asesoría científica a la organización y difusión. Mario realizó las tomas de sonido mas complejas, la post-producción y la mezcla final. Claudio la post-producción de imagen y la finalización. En varios rodajes Rolando estuvo a cargo del transporte y la asistencia en diferentes tareas. Vivian hizo un gran aporte en los primeros rodajes; su entrevista al Chincol es esencial en la construcción del documental. Enrique Kaliski nos entrego generosamente su creación e interpretación en guitarra para el tema central. Y no hemos hablado de Eliana que ha acompañado todo el proceso y que fue fundamental en las secuencias filmadas en Colina, ni de los traductores al inglés y francés, y los asesores respectivos: Álvaro, Catalina y Daniel. Tampoco del trabajo de Elisa con el diseño digital para la película y gráfico para los impresos, e Isadora con el sitio WEB, las intervenciones de Isabel como Secretaria de Producción ni de la generosa acogida de María Eugenia para el pre-estreno y la disposición de Gaby y su equipo para la producción y distribución del DVD. Seguramente olvido a algunos.

En este tiempo nos hemos encontrado con El Chincol en distintas circunstancias, dentro y fuera de los rodajes, trabajando la tierra en su casa o actuando en encuentros de poetas y payadores. Para mi los rodajes fueron aprendizaje sobre un mundo que el film muestra de manera incompleta, pero que sugiere, creemos, de manera poderosa.

Muchas cosas quedaron en nuestras memorias, momentos sin cámaras prendidas, muchos diálogos e historias. Cuando el montaje estaba listo fuimos con José Luis y Soledad a mostrárselo al Chincol. Pensábamos que era un paso necesario antes de iniciar el proceso de post producción.



No lejos de Linares hay que internarse por caminos secundarios para llegar al pequeño campo en que Luis Ortúzar vive y trabaja. El lugar es hermoso; la casa esta protegida de los vientos por una alta alameda y hacia el oriente, mas allá de una cadena de cerros se ve la cordillera. El Chincol había llegado hacía poco al lugar y nos mostró orgullosamente como había limpiado el terreno, arreglado la casa y comenzado los sembradíos de primavera. No fue muy elocuente al terminar la proyección, pero pudimos notar que las imágenes lo habían emocionado. Nos quedamos hasta entrada la noche y nos contó una historia muy entretenida sobre como había salvado a una niña en la montaña hace mucho tiempo.



Cuando empezamos las filmaciones en Julio del 2014 nos sorprendió la coherencia y la claridad de su visión sobre el canto “a lo poeta” y la cultura tradicional campesina en general. Conocimos algo de una vida, parte de la historia del pueblo campesino de Chile. Poco a poco, a lo largo de estos años, hemos descubierto facetas del ser humano que es, además de todo eso.

Recuerdo algo que no esta en el montaje: una entrevista a uno de sus tíos, testigo de su infancia. Era asomarse a un mundo desconocido, lejano, a la vida en los faldeos de la cordillera en mediados del siglo pasado; ver cómo se produce ese delicado mecanismo de supervivencia de una cultura. Hacer documentales, una vez más, es una manera de implicarse en las cosas. Hay una cierta continuidad entre lo que se ve, se vive y lo que se muestra. Como siempre es partir hacia algo que no conocemos, que descubrimos.

Las películas no pueden contar todo, no debieran. En el mejor de los casos despiertan una curiosidad, emocionan, dan pistas, invitan.

Nos cruzamos hace poco con el Chincol en una presentación en Santiago, nos contó que Margarita estaba mejor, que deberíamos mostrar la película en su sector y se interesó en el inminente pre estreno.
Ha sido un periodo rico en muchas cosas, hemos pasado buenos momentos y hemos trabajado bastante. Sobre todo, creo, hemos aprendido de la vida de los pájaros, y de la vida, simplemente. Ya es mucho.





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