Corrían los años 60. Frente a la eventualidad de entrar al Liceo de Hombres en Antofagasta, después de mis animados años en el liceo (mixto) Juan Antonio Ríos en Quinta Normal, decidí que daría examen como alumno libre al finalizar el año y dedicaría mi tiempo a las cosas que realmente me interesaban.

Era un adolescente flacuchento, pequeño y esmirriado; a pesar de mi aspecto de niño tenía una voz fuerte y ronca, resultado de lo mucho que fumaba y mis pulmones aymaras. Asistía a la escuela de Arte de la Universidad de Chile como alumno libre del taller de grabado en madera y pasaba mucho tiempo en el local del Partido, sobre todo en la imprenta, donde ayudaba y aprendía de todo, manejar la prensa, componer con tipos, la vida, el honor, la fraternidad. Viajaba a la pampa, a las oficinas salitreras; al altiplano, San Pedro y Toconao eran unos pueblos sin electricidad en las noches y unos cielos sin observatorios.

Participaba en un grupo de poetas jóvenes, tomaba mucho café y tenía una novia mayor que yo. Así fue como encontré a Guillermo Ross-Murray Lay Kim, quién a pesar de su nombre imponente era mas o menos tan flaco como yo y, peor aun, tenia una manera de hablar suave y modulada, muy en concordordancia con lo que escribía. Era el mejor y mas serio de nosotros, lejos de nuestras tremebúndicas diatribas y manifiestos, Guillermo ponía la fuerza de su poesía que era todo menos delicada y frágil.

Estaba terminando la carrera de profesor de Castellano y vivía modestamente con su madre, a quien trataba con una delicadeza mezclada de respeto y profundo afecto que me impresionaba.

Eramos amigos. Todos los días nos encontrábamos en un café de la calle principal y hablábamos sin fin sobre todo: el arte, la poesía la revolución y el amor, que, en orden diferente, eran la preocupación común de todos esos jóvenes del siglo XX que nos cruzamos en esa ciudad del Norte de Chile.

No recuerdo cuando fue la ultima vez que nos vimos. Ya estaba terminando la década y partí.



Diciembre 2010. Preparaba viaje a Bolivia. Quería partir antes de las fiestas de fin de año, para evitar la agitación comercial y las alzas del transporte terrestre. Era la ocasión de ir a Iquique y encontrarme con Guillermo; durante todos estos años hemos sabido los unos de los otros, algunos nos hemos encontrado en distintos lugares, hemos sabido cosas dispersas, todo un poco fragmentario y siempre un poco estrafalario o extraordinario… en fin. Como cuando Ana María fue a Iquique desde Santiago a poner flores en la tumba de Guillermo. El funcionario del cementerio a quien preguntó la mando a la biblioteca donde estaba el poeta, no solo perfectamente viviente sino con un aspecto casi idéntico al que tenia entonces… tal vez una vida de decencia, y consecuencia, mas el clima del Norte ayudan.

Yo sabía que Guillermo estaba en Iquique, su ciudad natal, que seguía escribiendo y que tenia un merecido reconocimiento como poeta, como intelectual y ser humano.

Llegué con atraso, ya era de noche y no conocía la ciudad. Me fui caminando hacia el centro, lo atravesé y termine en un hotel barato. Al amanecer sentí esa mezcla de aire marino y desértico que recordaba de Antofagasta, Tocopilla o Mejillones. Fui al terminal de buses para averiguar como seguir viaje a Oruro, compre un pasaje para el día siguiente en la mañana, era la única posibilidad, lo que alteraba mi plan de seguir viaje inmediatamente hacia Sucre.



Después fui a preparar mi equipaje, y después de comer un sandwich me fui caminando hacia el sector histórico del puerto. En el Teatro Municipal me informaron que Guillermo trabajaba en el Museo Regional, en la hemeroteca, a unas pocas cuadras.

La vieja casona que ocupa el Museo albergó en sus tiempos la intendencia provincial, desde allí salían las ordenes de guerra que terminaron con la vida de miles de trabajadores pampinos en huelga, víctimas de un “conflicto entre privados” que fue sanjado eficazmente por el ejercito del estado chileno.

En un pasillo, detrás de una impresionante puerta, y luego de bajar unos escalones se encuentra la hemeroteca; allí, rodeado de historia, estaba Guillermo. Pasamos buena parte de la tarde conversando, nos contamos pedazos de lo que hemos vivido en estos años, el continua escribiendo, enseñando y trabajando con la memoria. Le pregunto si hace clases en alguna universidad, me dice, sencillamente: “pero si ya no existen las universidades, lo que hay son unos negocios…”



Le pido que me lea algunos poemas. Ya era casi de noche al separarnos, a la mañana siguiente estaba atravesando el desierto hacia el oriente. Cuando salíamos del Museo Guillermo me mostro una colección de los mazos de 25 libras con los cuales los pampinos molían el desierto.



"País de las flores de papel"

Guillermo Ross Murray

Septiembre, 1982. Iquique

"Combo, barreta y martillo,
tierra, viento y soledad,
cerros, desierto y cansancio,
diablos, cuando acabará,
combo, barreta y martillo.


I

Nadie,
y aquellas dos luminarias bíblicas
vigiles sobre el oleaje
veleidoso, fijo de la pampa.

II

Aquí y allá,después, fue la vida:
lunes, martes, noche
tras madrugada, tras meses y lustros
¡pleamar prodigiosa! -
llegaron desde más allá del Mapocho,
desde aquel Chile fornido, lluvioso
y pobre llegaron
enganchados y creyendo en la buenaventura.

III

Torso desnudo: el sol
cae de bruces sobre la pampa.
Afluyen saliva y polvillo,
sudor imperdonable de la tisis.

IV

"Combo, barreta y martillo,"
Entre Zapiga- "echar raíces y Wara.
Dolores; más lejos de Negreiros,
detrás de aquellos cerros-
Ramirez, capaz de chancar toda su mala suerte,
chuzcales y más chuzcales,
lagunas...
"tierra, viento y soledad,"

UN HOMBRE SIN OJOS PERSEGUIDO
POR LAS TRES MARÍAS,

BORRACHO DE FUTURO

V

La vida más simple - aquí y allá - era novela.
Cualquier amorío, ¡pasión a rajo abierto!

VI

Curiosos, reverentes,
por este oleaje unánime, estival, vadeamos
nosotros
(también pretérito del próximo siglo)

este ábaco - ya disperso
y reconocemos,
nos conmueve
un denso resplandor humano,
mítico,
desfallecido,
victorioso?..

VII

Por más que grito, indago, busco,
me acosan
cruces y más cruces de madera y flores de papeles,
¡ningún asomo de alegría!
flores de papeles
papeles
fue la vida: hoy,
ojo mustio,
aniquilado y nadie como una campana seca que se
deshace
suavemente,
empapándose con nueva soledad.

Aquí y allá (ya lo dijeron) "también las cosas
parecerían llorar".

Pero, el silencio,
igual que una bandera.

Arrogante por Yungay
descansaba en Peña Chica. Vertiginosamente febril,
corría
por la Noria
galopaba y soñaría
alojado en Carpas,
con la Carmen

y con un colosal acopiode colpas de caliche,
"cerros, desierto y cansancio,"
UN HOMBRE SIN OJOS, PROTEGIDO
POR LAS TRES MARÍAS,

se detuvo, -¡la muerte escondida en mi tiempo
roto!-
y, quizás, pensaría en Gloria,
enamorándose de Annita,
Iris,
Sara,
Mercedes,
Amelia,
Rosita...
-Busquen, indaguen por mi nombre en la Coruña;
no olviden mi sombra
engullida por el viento: 'no
volveré!

"diablos, cuando acabará,"

cota madorosa;
con lonchera en mano,

UN HOMBRE SIN OJOS

con el galáctico recuerdo de Virginia,
desandaba hacia Jazpampa, ¿dónde vivirás
limeñita?..

Invitaría, entonces,
en Franka,
en Maroussia tomaría en Santa Rita. Se tropiezan
las pisadas: Agua Santa, Progreso, Josefina

Democracia?...
rodando
y rodando - ¡una ficha
más!-
hasta
San José, resurrección, Esperanza,
San Gregorio,

"combo, barreta y martillo."

PROLETARIADO

Y para los niños de aquella familia genovesa, el relato del nono (recién llegado de il Cile - América) se confundía, no encontraban diferencia alguna con aquellos relatos fabulosos, exóticos, contados por Emilio Salgari y Julio Verne:

" Jamás he visto tantas y tantas colizas (sombreros) y la sangre, sangre inatajable que (a la manera evocada después por Neruda) corría calle abajo, corría calle Latorre, la sangre " .

Esa patria mía

Más que la bandera
Más que una canción
Más que los desfiles domingueros...
Mi patria es
mi padre que muy de madrugada
y armado sólo con sus dos
manos
(sin que yo lo sepa)
Marcha y marcha hacia el trabajo
de la pampa.
Mi patria
es la mamá que, durante todo el día
y noche, despliega
su paciencia
su coraje
su amor para nosotros.
Aquel canto sin palabras
ni música
que escuchamos en aquellanoche
negra
negra,
apegados a la tierra,
es
mi patria:
¡Nosotros!

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